Hace justo un año, la Comunitat Valenciana sufrió el peor desastre natural de su historia reciente. El 29 de octubre de 2024, una tromba de agua y barro se abatió sobre la región con una fuerza implacable. Riadas anegaron pueblos enteros, arrasaron viviendas y negocios y se llevaron por delante historias, proyectos e ilusiones, sepultando bajo el fango la vida de cientos de personas. Concretamente, la tragedia segó 229 vidas en la provincia de Valencia, dejando a familias enteras marcadas para siempre.
Paiporta, Catarroja, Utiel, Chiva, Aldaia, Cheste… decenas de localidades fueron arrasadas, mientras vecinos impotentes intentaban salvar lo imposible. Casas, coches y puestos de trabajo arrastrados por la fuerza del agua; muchos quedaron atrapados, otros fueron arrastronados en plena calle, y algunos solo pudieron contemplar cómo se esfumaban sus vidas y recuerdos.
Tras la tormenta llegaron días de desolación y rabia: semanas de limpieza interminable, reconstrucción de lo destruido y una ciudad sumida en el dolor. Pero también emergió una solidaridad histórica, con vecinos y voluntarios volcando su esfuerzo en socorrer a quienes habían perdido todo. Familias de toda España respondieron al llamado de los afectados, enviando alimentos, ropa, agua, medicinas y maquinaria, y muchos viajaron hasta los pueblos sumergidos para ayudar a quitar el barro y colaborar en la recuperación. Meses después, las secuelas persisten: pueblos que poco a poco emergen del barro, con cicatrices visibles y un recuerdo imborrable de aquel 29 de octubre que transformó la vida de miles de valencianos.
Desde entonces, la prevención ante DANAs y lluvias intensas ha cambiado en toda España. Las autoridades y los servicios de emergencia siguen cada señal del cielo con mayor atención, conscientes de que la preparación puede salvar vidas. El 13 de noviembre de 2024, la Costa del Sol sufrió fuertes lluvias que inundaron las calles, pero esta vez la respuesta fue rápida y coordinada, minimizando daños y protegiendo a los vecinos.

La memoria del 29 de octubre ha dejado una enseñanza clara: con previsión y atención, incluso fenómenos tan imprevisibles como el agua pueden enfrentarse con mayor seguridad.












