Del mismo modo que las vísperas casi se disfrutan más que cuando llega el tan deseado acontecimiento, también estos días, previos al fin de las vacaciones para muchos, vienen cargados de más de un lamento ya que a nadie se le escapa que todo lo bueno se acaba.
Enseguida, con el final de agosto a la vuelta de la esquina, el bullicio vacacional pronto va a ser sustituido por un ambiente más tranquilo, propiciado sobre todo por familias que no tienen hijos en edad escolar y pueden permitirse tomar vacaciones en septiembre; por cierto, un mes excelente para disfrutar de nuestras playas y otras alternativas.
A estas alturas, sin embargo, muchas otras familias, que aún están descansando, miran ya de reojo la avalancha de pejigueras, por calificarlas suavemente, que están aguardando. Desde los cuantiosos gastos de la vuelta al cole, pasando por el dolor de cabeza que conlleva el pago de la hipoteca; sin olvidar, por supuesto, la letra de la compra del coche o el último plazo de la reforma del piso realizada a comienzos de año. Inquietud, desde luego, que se entiende si a los ahorrillos reservados para tales menesteres se les ha pegado un bocado para afrontar las vacaciones que, al final, se han salido de presupuesto.
En definitiva, acaba el mes preferido para el reparador descanso estival y vuelven los problemas personales, casi olvidados durante unos días en que el ritmo de vida ha sido bien distinto al habitual. Es más, hasta la televisión, irrenunciable pareja de baile en el día a día, ha quedado relegada durante este periodo a un ostracismo difícilmente creíble. De hecho las terribles noticias procedentes de Ucrania o Gaza parece como si alguien, recuperando detestables prácticas de otro tiempo no tan lejano, las hubiese pasado por el filtro de la censura para que nos lleguen descafeinadas. Por desgracia las guerras siguen ahí produciendo a diario muertes y destrucción. Como también continúan en la brecha esos políticos cuyas declaraciones y modos de actuar nos crispan a diario, mientras que no han desaparecido, que yo sepa, los problemas relacionados con el paro, la cesta de la compra o la inmigración, por citar sólo algunos.
Visto así, no cabe duda de que las vacaciones no son más que un apetecible paréntesis, con tintes algo terapeúticos, que parecen diseñadas para que, al menos durante unos días o semanas en el mejor de los casos, aparquemos los problemas e incluso dejemos de dar la vara a nuestros sufridos gobernantes que también tienen derecho a pasar unos relajantes días tomando el sol o bañándose en la playa.
Aun así, reconozcámoslo, quien inventó las vacaciones tuvo una de las mejores ideas que a nadie se le haya podido ocurrir. Por cierto, ahora a la vuelta tomen precauciones y no vayan a caer en eso que llaman síndrome postvacacional. Ya saben, es recomendable apuntarse a un gimnasio para ir y no sólo a pagar la matrícula, leer cosas con trasfondo positivo, oír buena música, ir al cine, pasear al atardecer, discusiones familiares las mínimas… y a vivir que son dos días.