Huele a tomillo y, todavía, en otoño, la tierra está seca. El mar se intuye, lejano y borroso. No estamos en la orilla. No hay sombrillas, ni bullicios, ni chill outs. Solo una brisa fresca y un paisaje insuperable.
Entre riscos, miradores y antiguos castillos. Donde la montaña le roba al día sus últimos colores… se respira distinto. Descansas tranquilamente y entiendes algo que no sale en los folletos turísticos: que a veces, para ver el mar de verdad, hay que alejarse un poco.
1. Castillo de Montemayor, Benahavís
A solo 20 minutos del lujo de Marbella, el Castillo de Montemayor vigila desde lo alto los valles de Benahavís desde hace casi mil años. Esta fortaleza nazarí, en ruinas, pero majestuosa, se alza a más de 580 metros sobre el nivel del mar.
El acceso más común es a través de una ruta de senderismo bien señalizada que parte desde el propio pueblo de Benahavís. La subida dura alrededor de una hora y, aunque algo exigente, las vistas que se abren en cada curva hacen que el esfuerzo valga la pena.
Desde su torreón derruido, cualquier momento se transforma en espectáculo: el sol cae tras las sierras mientras la costa se tiñe de oro y el perfil de Gibraltar se insinúa en el horizonte. Es un lugar que invita al silencio , a dejar el móvil a un lado y, simplemente, mirar.
2. Pico de La Concha, Istán
Visible desde gran parte de la costa malagueña, La Concha (1.215 m) es mucho más que una montaña. Forma parte de Istán, aunque la ruta más popular (y también más dura) para su acceso parte del Refugio de Juanar, en las cercanías de Ojén.
Son aproximadamente 7 km de ida hasta la cima, entre pinares, roquedales y vistas de vértigo. No es una excursión para principiantes, pero quienes la completan coinciden en algo: no hay otro lugar igual en toda la Costa del Sol.
Desde su cima, el mar parece un espejo y los pueblos costeros se ven como pequeñas gotas blancas. Tanto en el amanecer como en el atardecer el cielo estalla en tonos naranjas y púrpuras que contrastan con el azul profundo del Mediterráneo.
3. Mirador del Corzo, Ojén
Mucho más accesible y familiar que los anteriores, el Mirador del Corzo se encuentra en el Parque Natural Sierra de las Nieves, a pocos minutos en coche desde Ojén. Es una parada habitual para los amantes del senderismo y los que buscan una escapada exprés sin alejarse demasiado de la costa.
El mirador, equipado con barandillas de madera y bancos de piedra, ofrece una vista panorámica del valle del río Real y, en la distancia, la silueta de La Concha. Es perfecto para ir en familia, con niños o simplemente con una manta y algo de comida para improvisar un picnic con vistas. Quizá las vistas son menos épicas que en las cumbres, pero igual de hermosas. Es el sitio ideal para quienes buscan un contacto más suave con la naturaleza, sin renunciar a unas vistas increíbles.
Para quienes entienden que no siempre hay que subir tanto para ver lejos.
4. Puerto Málaga, Mijas
Con casi 1.050 metros sobre el nivel del mar, Puerto Málaga es uno de los puntos más elevados accesibles en coche de toda la Costa del Sol. Se encuentra en el límite entre Mijas y Alhaurín el Grande, dentro del entorno natural de la Sierra de Mijas. Aunque su nombre puede llevar a confusión, aquí no hay barcos ni marinas: solo montañas, silencio y cielo.
La carretera de acceso serpentea entre pinares y eucaliptos, y aunque es estrecha, se encuentra en buen estado. En lo alto, hay varios puntos donde parar y disfrutar del paisaje. Uno de los mejores momentos para visitarlo es justo antes de la puesta de sol, cuando las luces de Málaga empiezan a encenderse a lo lejos y el mar se funde con el cielo.
Es un lugar perfecto para quienes buscan una experiencia visual sin necesidad de grandes caminatas, y una muestra más de que el interior de la Costa del Sol guarda joyas poco conocidas.
Un viaje hacia el interior
Visitar estos cuatro lugares es mucho más que una ruta de senderismo o una escapada al campo. Es una forma de redescubrir la Costa del Sol desde dentro, de mirar hacia el mar no desde la orilla, sino desde las alturas. Alejarse del ruido, del tráfico, del turismo masivo, para ganar perspectiva —literal y emocional—.
Te sientas en una roca. Bajas la mochila. Respiras despacio y la luz lo envuelve todo. Una calma distinta y una forma nueva de mirar. Y luego, cuando regreses a la orilla, ya no mirarás el horizonte igual. Sabrás lo que hay detrás, o lo que hay arriba. Y querrás volver. Porque ahora, conoces el otro lado de la Costa del Sol.
Uno que está más cerca del cielo que del mar.