Este fin de semana, España se sumerge, como cada año, en el controvertido ritual del cambio de hora. A las 3:00 de la madrugada del domingo 25 de octubre, los relojes se retrasarán una hora para marcar las 2:00, dando la bienvenida al horario de invierno. Este ajuste, que afecta a millones de ciudadanos y genera un sinfín de debates, vuelve a poner sobre la mesa la pregunta recurrente: ¿es este el último cambio de hora en España, o la incertidumbre sobre su abolición persiste?
Desde hace años, el Parlamento Europeo ha estado discutiendo la posibilidad de eliminar el cambio de hora. En 2018, una encuesta destapó que una abrumadora mayoría de ciudadanos europeos estaba a favor de poner fin a esta práctica. Tras ello, la Comisión Europea propuso la abolición, dejando en manos de cada Estado miembro la decisión de adoptar un horario fijo. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 y otros asuntos prioritarios han relegado este debate a un segundo plano, manteniendo a España y a gran parte de Europa en un compás de espera.
El cambio de hora fue implementado inicialmente para ahorrar energía, aprovechando mejor la luz solar. La teoría era que, al ajustar los relojes, se reduciría la necesidad de iluminación artificial. No obstante, numerosos estudios han cuestionado la efectividad de este ahorro energético en la actualidad. La evolución de los hábitos de consumo, la creciente eficiencia de la iluminación LED y el uso generalizado de electrodomésticos han diluido el impacto positivo que el cambio de hora pudiera tener en el consumo eléctrico. De hecho, algunas investigaciones sugieren que el ahorro es mínimo, o incluso nulo, y que en ciertas regiones podría incluso aumentar el consumo debido a la mayor necesidad de calefacción en las mañanas más frías y oscuras del invierno.
Más allá del debate energético, las consecuencias para la salud y el bienestar de las personas son uno de los argumentos más sólidos en contra del cambio de hora. Alterar el reloj biológico, aunque sea en una sola hora, puede provocar desajustes en el ritmo circadiano. Esto se traduce en problemas para conciliar el sueño, fatiga, irritabilidad y dificultad para concentrarse, especialmente en los días posteriores al cambio. Los niños y las personas mayores son particularmente vulnerables a estos efectos. Además, algunos estudios han asociado el cambio de hora con un aumento en el número de accidentes de tráfico y problemas cardiovasculares en los días inmediatamente posteriores, lo que subraya la importancia de considerar el impacto en la salud pública.
El sector económico también se ve afectado por esta medida. Mientras que algunos comercios y empresas pueden beneficiarse de una hora más de luz por la tarde en verano, otros, como el sector del ocio nocturno o el transporte, pueden experimentar desafíos. La coordinación entre países con diferentes horarios también genera complejidades, especialmente en un contexto de globalización y estrechas relaciones comerciales. La incertidumbre sobre la abolición del cambio de hora añade un elemento de inestabilidad para la planificación a largo plazo de muchos negocios.
España, por su particular ubicación geográfica, se encuentra en una situación peculiar respecto al horario. Gran parte de su territorio se rige por el huso horario de Europa Central (CET), a pesar de estar geográficamente más alineado con el huso horario de Greenwich (GMT), el mismo que Reino Unido y Portugal. Esta decisión, tomada en 1940, ha llevado a que los días sean «más largos» por la tarde en verano, pero también a que amanezca y anochezca más tarde que en otros países de su mismo huso. La posibilidad de adoptar un horario fijo abriría un nuevo debate sobre si España debería mantener el CET o regresar al GMT, lo que tendría implicaciones significativas para la vida diaria de los ciudadanos.