De Málaga a Sevilla, de Sevilla hasta Barcelona, continuando hasta Génova y de ahí, hasta Roma. Entre curvas, túneles y fronteras, Diego Esquinas ha recorrido –entre ida y vuelta– más de cinco mil kilómetros. Pero no viajaba solo. Le acompañaba la Virgen de la Esperanza, la Reina de Málaga, transportada en un camión que él seguía en un furgón discreto pero lleno de devoción. Un auténtico peregrinaje contemporáneo por autopistas y autovías, bajo cielos cambiantes y sobre ruedas, aunque movido por la fe.
Diego Esquinas es miembro de la junta de gobierno de la Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza y, en este 2025, ha sido el afortunado en acompañar a su Virgen hasta la Ciudad Eterna con motivo del Jubileo 2025. «He sido un privilegiado, nunca me lo podría haber imaginado», repite, con la emoción contenida de quien ha vivido algo que le ha cambiado.
Años previos a este viaje extraordinario, hubo otro camino, más largo y silencioso: el que lo unió para siempre con la Esperanza. Diego llegó a la Hermandad “sin pedigrí ninguno”, como él mismo dice, una tarde de Martes Santo de 1978, dispuesto a sacar al Nazareno del Paso. Le dieron la túnica y durante cinco años fue hombre de trono. Cuando la Virgen cambió de capataz, lo apuntaron para procesionarla y, desde entonces, se quedó a su lado. “Ahí empezó todo”. Con el tiempo, entró en la junta de gobierno y llegó a ser teniente Hermano Mayor con Juan Antonio Bujalance. Incluso fue mayordomo titular de la Virgen de la Esperanza: “Un honor sustituir a Don Carlos Gómez Raggio, una institución aquí en Málaga”. Hoy, con humildad, se define simplemente como “un miembro más de la cofradía que sale los Jueves Santos con su hacheta, iluminando a la Virgen”.
El Jubileo de Roma, que se celebra cada 25 años —aunque puede haber jubileos extraordinarios— es una cita clave para el mundo católico. En esta edición, su duración se enmarca entre el 24 de diciembre de 2024 al 6 de enero de 2026 y representa un momento de gran importancia para millones de creyentes de todo el mundo. La idea de esta celebración religiosa partió del papa Francisco, pero finalmente coincidió con la entronización del nuevo pontífice, León XIV. Busca, precisamente, devolver a los fieles el sentido profundo del camino, la reconciliación y el encuentro. Durante este año santo, millones de personas acudirán a Roma cruzando puertas santas, como la de la Basílica de San Pedro, donde la Esperanza estuvo expuesta durante tres días inolvidables. “Lo más grande que puede vivir un cofrade», asegura Diego. El acto central de este jubileo ha sido la procesión en la que participaron ocho hermandades procedentes de Portugal, El Vaticano, Italia, Francia y España. Junto a las dos andaluzas, La Esperanza y El Cachorro, participó también el Jesús Nazareno de León.
El 17 de mayo, un día que desde un año antes estaba marcado en el calendario de todos los malagueños, llegó el momento más esperado. La Virgen de la Esperanza, junto al Cachorro de Sevilla –tras la procesión del resto de cofradías– comenzó su recorrido por las calles de Roma, inaugurando la Gran Procesión: un trayecto de aproximadamente 3,75 kilómetros por los enclaves más monumentales de una de las ciudades más bonitas del mundo.
Más de 1.500 cofrades malagueños participaron en la peregrinación por el Jubileo de las Cofradías. “Había más malagueños que de cualquier otro sitio, para sorpresa de todos», cuenta Diego, que afirma que por toda Roma se veían camisetas verdes con un lema ya legendario: Espe Romae.
La procesión discurrió por la Via Claudia, pasando por el majestuoso Coliseo, el Viale Aventino, la Piazza di Porta Capena y la Via del Circo Massimo, entre otros lugares emblemáticos. El itinerario, una verdadera joya de la historia romana, pasó también por la Piazza Celimontana, marcando el punto de inicio y final de la procesión. Para Diego, fue más que programa litúrgico: «No solo fue ver a la Esperanza por Roma, por el Coliseo… Fue cómo Málaga se volcó con ella. No estábamos solo los esperancistas. Estaba Málaga entera».
El entrevistado asegura que la emoción de los malagueños era palpable. A medida que la Virgen avanzaba, el fervor crecía. «Nos desbordó la emoción», recuerda, con los ojos brillando y un nudo en la garganta. El momento culminante de la jornada fue cuando los malagueños, sintiendo que la distancia de las vallas era demasiada, decidieron saltarlas para estar cerca de ella. «La policía italiana nos decía que estábamos locos», relata entre risas. La escena era increíble: los agentes, entre perplejos y maravillados, susurraban: «Il baldacchino della Madonna, molto bello…» nos cuenta Diego. El contraste entre culturas se hizo patente: «El italiano no tiene eso ahí», explica, «se quedaban sorprendidos por esa pasión, por ese fervor tan nuestro».
Que de entre casi 5000 hermanos de la cofradía le tocara a Diego acompañar a la imagen, es para él un regalo. Un regalo que ha implicado largas horas de carretera, controles, y cuidados extremos. «La Virgen ha vuelto en perfecto estado», asegura con tranquilidad. Un conservador ha supervisado el traslado y el regreso y ha sido un completo éxito.
El viaje no terminó en Roma. A la vuelta, por motivos de seguridad, tomaron otra ruta: Roma-Marsella, Marsella-Madrid, Madrid-Málaga. Y al llegar, Diego cuenta que la ciudad respondió como nunca antes. En la Catedral de Málaga, el besamanos no paró de recibir fieles. “Málaga entera pasaba por la Catedral”, dice. Y si algo parecía insuperable, llegó el regreso de la Esperanza a su basílica: «Fue más grande que cualquier Jueves Santo. Eran vivas y vivas, cantándole a la Virgen». Esa vuelta fue, para él, un cierre perfecto.
El mes de mayo y, por ende, el viaje a Roma junto a la imagen de la Virgen de la Esperanza ha sido la confirmación de algo inexplicable. Así lo relata Diego, que no busca definirlo con mayor precisión. Consciente de que hay experiencias que solo el corazón entiende. Y esta ha sido una de ellas. Mística. Íntima. Inolvidable.
En su furgón, con las luces de Europa cruzando el parabrisas y la Virgen en el camión de delante, ha vivido una peregrinación única. No solo ha sido un viaje físico. Ha sido, sobre todo, un paseo espiritual. Horas donde se ha parado a recordar a los que ya no están, a los que no han podido ir y a todos a los que quiere cuidar.
Un camino que ha llevado a los devotos malagueños a ver con otros ojos, y desde Roma, algo que siempre estuvo ahí. Y todo gracias un viaje velando por una imagen que, para muchos –y para Diego–, es más que una talla: significa Esperanza.